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Servir a Dios sin nombre, sin "ministerio", sin reconocimiento

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Esta es una especie de actualización de un artículo que publiqué algún tiempo atrás en el blog. Deseo ahora entrar un poco más en algunos aspectos de mi experiencia personal. Estoy escribiendo este artículo después de siete años "sin iglesia", o sea, siete años afuera de las instituciones tradicionales que uno normalmente asocia con el "cristianismo"; siete años en el "desierto".

Mi salida de las iglesias institucionalizadas no fue planeada de antemano. Comenzó con una situación de emergencia. Como familia vivíamos y trabajábamos en una institución evangélica; pero tuvimos que descubrir que en aquel lugar la seguridad de nuestros pequeños hijos corría peligro. Los líderes de la institución y de la denominación no mostraron ni el mínimo interés en ayudarnos o protegernos; ni siquiera investigaron los hechos. Por eso tuvimos que abandonar aquel lugar apresuradamente, sin saber adónde íbamos a ir, en qué íbamos a trabajar, o de qué íbamos a vivir.

Como familia tomamos un tiempo de retiro y ayuno. Durante este tiempo, el Señor nos mostró que no solamente nuestro tiempo en aquella institución había terminado. Ibamos a salir del entero sistema eclesiástico evangélico. Esto no solamente a causa de los sucesos que nos obligaron a abandonar la institución mencionada. Ya antes habíamos observado diversas incompatibilidades entre este sistema y el cristianismo del Nuevo Testamento. (Varios artículos en este sitio web tratan de este tema.)

No era fácil aceptar esta palabra. De ninguna manera nos sentíamos como "revolucionarios que quieren demoler todo para levantar su propio sistema" (como nos veían algunos líderes de iglesias). Al contrario, nos sentíamos como niños huérfanos que acababan de perder a su padre y a su madre en un mismo día. Este sistema eclesiástica había sido nuestro lugar de trabajo, nuestra familia espiritual y nuestro entorno social durante tantos años - pero ahora ya no nos ofreció nada de vida espiritual. Casi de un día al otro tuvimos que darnos cuenta de que este sistema era estéril, vacío, hostil ... - muerto. Durante varios meses no hacíamos más que "llevar duelo" por estas iglesias muertas. Con esto comenzó nuestro viaje por el desierto.

Durante los primeros años todavía manteníamos bastantes contactos con amigos dentro de las iglesias, y visitamos a varias iglesias - a algunas, porque amigos nuestros se congregaban allí; a otras, porque todavía nos invitaban a enseñar, a pesar de todo lo que los líderes hablaban contra nosotros. Durante estas visitas siempre teníamos una pequeña esperanza de encontrar quizás a unos hermanos que tuvieran deseos de una verdadera comunión espiritual, o de un avivamiento auténtico y de verdadera vida espiritual. Pero cada vez fuimos desilusionados. Cada vez regresamos de estos eventos deprimidos y con un vacío en el corazón: programas rutinarias; caras sonrientes pero vacías; el cumplimiento de deberes institucionales - parece que con esto se contenta el evangélico promedio.

Así que dejamos de visitar iglesias. Quedaron unos pocos contactos con hermanos que se encontraban en un "viaje por el desierto" parecido al nuestro. Algunos de ellos seguían asistiendo a alguna iglesia institucionalizada, pero estaban conscientes de que la fuente de su vida espiritual no se encontraba allí, sino en su comunión personal con Dios en lo secreto, y quizás en algún servicio nada llamativo que ellos cumplían según la voluntad de Dios, sin ningún apoyo ni "cobertura" por la iglesia.

Estamos agradecidos por estos pocos contactos que Dios nos dio, y por los pocos hermanos fieles que seguían apoyándonos aun después de que todas las relaciones con iglesias organizadas se habían deshecho. Pero estos contactos eran (y son) solo esporádicos; nuestro camino sigue siendo un camino muy solitario.

Así se redujo nuestra vida cristiana a lo más esencial, y al círculo más pequeño posible: nuestra comunión personal con Dios en la oración y la lectura bíblica; la comunión entre nosotros como matrimonio y familia; y el servicio de Dios en los pequeños asuntos de la vida diaria.

Y encontramos que de hecho son estas cosas pequeñas las que el Nuevo Testamento enfatiza. Allí leemos poco o nada de organizar instituciones y "eventos", de tener un "liderazgo eficaz", o de aplicar las últimas "estrategias evangelísticas". Pero leemos mucho acerca de nuestra comunión con Dios y unos con otros, y acerca de la fidelidad hacia Dios en la vida cotidiana.

Una vez cierto pastor me había dicho: "Prefiero que los jóvenes de mi iglesia no pasen demasiado tiempo en mi casa. Ellos podrían ver allí algunas cosas que les chocarán, y todavía no tienen la madurez necesaria de tratar con eso." - Aquel pastor dio mucha importancia a su imagen pública, y soñaba con instituciones poderosas con un gran impacto evangelístico, social y político (aunque muy poco de eso se hizo realidad). Pero él se sentía incómodo ante la posibilidad de que algunos "miembros comunes de la iglesia" podrían llegar a conocerle desde demasiado cerca, en su propio hogar y en el entorno de su propia familia.

Creo que este es exactamente el núcleo de lo que anda mal en el sistema institucionalizado de las iglesias tradicionales centradas en un "pastor". Se enfatiza la organización, el liderazgo, las actividades y la imagen pública; pero se pierde la autenticidad personal. De esta manera, este sistema se ha encaminado hacia la situación de los escribas y fariseos, de los que Jesús dijo: "...porque ustedes limpian lo exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo e injusticia." (Mateo 23:25)

Personalmente, mi esposa y yo siempre sentimos que nuestra vida fue enriquecida por las personas que vivían con nosotros por algún tiempo, desde unos días hasta varios años. Y fueron estas las personas en quienes hemos visto mayor crecimiento espiritual. Efectivamente, creo que esta es la única forma de "pastoreo" eficaz: compartir las vidas juntos. Las otras cosas que comúnmente se entienden con "pastorear", lo de administrar una organización eclesiástica, dar charlas y órdenes, y tener citas de "consejería", es muy artificial y produce muy poco crecimiento verdadero; y además le permite al "pastor" mantener su verdadera personalidad escondida detrás de una máscara profesional.

Cierto, el compartir la vida es un desafío mayor. Hay choques; no podemos mantener una apariencia de "cristianos profesionales"; no nos ven siempre sonriendo, sino también en los momentos en que estamos agotados, malhumorados, descontrolados... y así ya no podemos mantener la ficticia relación de "pastores y ovejas". Vemos la necesidad de crecer nosotros mismos también. Nos vemos obligados a reconocer que "uno solo es nuestro maestro, el Cristo, y nosotros todos somos hermanos" (Mateo 23:8). En el Señor no existen "pastores" y "ovejas": hay un solo Buen Pastor, Jesucristo, y todos los cristianos somos Sus ovejas. Unos hermanos son más maduros que otros, ciertamente, pero todos (si es que pertenecemos a Cristo) somos hermanos que nos ayudamos mutuamente a crecer. En la iglesia del Nuevo Testamento no existen "clérigos" por un lado y "laicos" por el otro lado.

(Una nota adicional aquí: Cuando yo era joven, durante algunos años vivía en una casa compartida entre varios jóvenes cristianos. En una comunidad como esta se pueden hacer experiencias parecidas a las descritas, de compartir la vida y ser obligados a ser auténticos. Sin embargo, desde mi experiencia no recomendaría tales comunidades, porque allí falta el núcleo esencial que consistiría en una familia o un matrimonio de cristianos maduros. Mucho mejor sería que tales familias abrieran sus casas para otros cristianos jóvenes. Según la voluntad de Dios, la familia es el núcleo desde el cual se desarrolla la comunión cristiana más allá. Aun el ancianato bíblico surge desde la comunión familiar, vea 1 Tim.3:4-5.)

Por eso, durante los últimos siete años hemos rehusado como familia fundar un "ministerio", asumir un "cargo" o darnos un "nombre". Nos decidimos a buscar diariamente a Dios, y a hacer las cosas pequeñas que El iba a mostrarnos. Cierto día, este pequeño versículo saltó a nuestros ojos:

"Todo lo que te venga a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas ..."
(Eclesiastés 9:10)

Desde entonces, estas palabras fueron nuestra dirección de Dios. Vimos a los niños de una familia vecina solos sin nadie que los cuidase; entonces nos ofrecimos para cuidarlos. Nos enteramos de que un vecino necesitado estaba enfermo; entonces le visitamos, oramos por él y conseguimos medicina para él. La abuela de unos niños vecinos había muerto; entonces fuimos a consolar a los niños y a sus padres, y les hablamos de Dios quien ofrece vida eterna. Tenemos una casa abierta para todos los que nos conocen, y especialmente para los niños.

Durante este tiempo experimentamos una libertad inesperada al hablar de nuestra fe con vecinos y familiares no creyentes. Me di cuenta de que anteriormente, mi testimonio cristiano siempre había sufrido bajo el peso de una "agenda secreta": Tengo que ganar miembros para "mi" iglesia. Tengo que ganar puntos ante la gente que me admira y me apoya, y ante mis líderes. Tengo que tener "éxito". - Ahora ya no necesito ganar miembros para nadie. Puedo ser simplemente un colaborador del Señor, dispuesto a actuar como me indica Su voz, pero los resultados son Suyos y no míos. Es El quien edifica Su iglesia, no yo edificando "mi" iglesia.

Cierto, de esta manera dura más tiempo hasta que alguien se convierta. Es difícil tener paciencia hasta que el Señor obre con Su Espíritu para convicción del pecado. Es mucho más fácil hacer grandes reuniones con mucha propaganda y manipulación, y lograr que cien personas repitan una oración de entrega. Pero es probable que entre estos cien no haya ninguno que se convirtió de verdad y de corazón. Prefiero tener comunión con unos pocos cristianos verdaderos, que estar al frente de una iglesia grande de cristianos falsos.

Durante todo este tiempo nunca nos presentamos como "pastores", "maestros", "profesores", o parecido. Si alguien pregunta por nuestra religión, decimos que no pertenecemos a ninguna religión o "iglesia" (en el sentido de una institución religiosa), pero que somos cristianos, seguidores de Jesucristo. Creemos que la verdadera autoridad espiritual se basa en lo que somos; no en un título ni en una posición de liderazgo. Por eso decimos: Si tenemos verdadera autoridad espiritual, entonces la gente se dará cuenta por sí misma, porque verán algo del Señor en nosotros. Y si no ven nada de eso, entonces sabemos que no tenemos verdadera autoridad y que necesitamos buscar a Dios mucho más.

Entre las muchas cosas pequeñas que hacemos, pareció durante los últimos años que Dios puso su dedo especialmente en el refuerzo escolar para los niños del vecindario (y en parte también la consejería para sus familias). Tan solo unas pocas tardes habíamos ayudado a unos niños con sus tareas escolares, y ya empezaron a llamarnos "profesor" y "profesora", y a traer a otros niños más. Después empezaron a venir también varios padres, pidiendo ayuda para sus hijos. Así se comprobó que efectivamente seremos reconocidos por lo que somos y por lo que hacemos bien - en breve, por nuestro "fruto" -, no por títulos, diplomas o posiciones que podríamos tener. (Por ejemplo, un verdadero "profesor" no es aquel que tiene un título profesional de profesor, pero aquel que efectivamente puede ayudar a otros a aprender y a comprender.)

Todas estas actividades eran siempre una parte integral de nuestra vida familiar. Aun cuando aumentó el número de los niños, intentamos en lo posible no imponernos ninguna estructura "escolar" (aunque algunos niños y padres nos llaman "academia"). Observamos en los mismos niños, que la mayoría de ellos no vienen tanto por la ayuda escolar - mucho más vienen porque en nuestra casa pueden disfrutar del ambiente de una familia, algo que aparentemente no tienen en sus propias casas.
Cierto, tenemos como elemento fijo cada tarde un "tiempo en círculo", durante el cual cantamos unas canciones de alabanza, leemos o escuchamos una historia bíblica, a veces jugamos juntos, y a veces conversamos sobre asuntos que todos deben escuchar - pero esto no es muy diferente de la forma como siempre manejamos nuestros devocionales familiares. Por lo demás compartimos con los niños nuestra vida familiar, nuestra sala de estar, y a menudo también nuestro almuerzo; y deseamos simplemente ser auténticos. Toda ayuda escolar o espiritual que podemos brindarles, fluye desde esta vida familiar.

Ahora, si comparo esto con el Nuevo Testamento y con la cultura judía, entonces creo que efectivamente hemos redescubierto un elemento esencial del cristianismo primitivo: Toda vida espiritual y toda comunión se concentraba en el hogar y surgía desde la familia. Los primeros cristianos no tenían nombres institucionales ni organigramas; ellos se identificaban simplemente como "la casa (=la familia) de fulano"; o cuando su número creció, "la iglesia en la casa de fulano". El pueblo de Israel estaba siempre organizado según tribus, linajes y familias; y la fiesta judía más importante, la Pascua (de donde se origina la "cena del Señor" cristiana), se celebra en las familias.

Esperamos que el Señor nos cuide para que nos mantengamos en este camino, aun si algún día nuestra vida y nuestro trabajo produzcan resultados más grandes. El desierto es un lugar difícil de estar; pero el éxito y la publicidad pueden conllevar tentaciones aun mayores.

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